FAVELAS: EL SAFARI HUMANO
La industria turística ha cambiado mucho en los últimos años. No resulta extraño encontrar a viajeros llamados por el morbo y el peligro, atraídos por lugares marcados por la miseria, la pobreza y la violencia. En las favelas brasileñas —según me contaron durante mi reportaje, que puedes ver aquí— este es un fenómeno creciente y más peligroso de lo que podría parecer a simple vista.

El llamado slum tourism o turismo de pobreza tiene raíces históricas: nació en el Londres del siglo XIX, cuando las élites recorrían los barrios del East End para “vivir” la miseria de primera mano. Desde entonces, el fenómeno se ha extendido a países como Sudáfrica (Johannesburgo), Filipinas (Manila) o India (Mumbai). En todos los casos, los extranjeros ejercen una especie de colonización moderna, consumiendo la pobreza como espectáculo.
En Brasil, este turismo se intensificó durante el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. El gobierno federal, que históricamente había ignorado la situación de las favelas, desplegó policías y militares con el objetivo declarado de “limpiarlas de delincuencia” y hacerlas seguras para la visita de miles de turistas. Sin embargo, aquella intervención tuvo un fin más cosmético que social: dar buena imagen internacional. Pasado el evento, el abandono regresó.
En ese contexto, empresas privadas comenzaron a ofrecer “favela tours”. Los precios oscilan entre 30 y 80 dólares por persona, y según la ONG Rocinha Mundo Real, al menos 50.000 turistas al año participan en estos recorridos, siendo la favela de Rocinha una de las más visitadas.
Pero, ¿por qué es tan peligroso? Varias agencias venden experiencias inmersivas que en realidad son un teatro montado para complacer al visitante. Los turistas creen vivir algo auténtico, pero el dinero apenas llega a las comunidades. En 2019, un reportaje de Al Jazeera reveló que solo el 20% de los ingresos de estos tours se reinvierte en las favelas; el resto acaba en manos de agencias externas.
Durante mi estancia en Brasil, escuché historias que reflejan la crudeza de este fenómeno. Vecinos contaban cómo autobuses y furgones cargados de turistas recorrían las calles cerrados herméticamente, sin que nadie descendiera del vehículo. Algunos incluso arrojaban dinero o víveres desde las ventanillas, como si de un safari en Tanzania se tratara. ¿Acaso son animales quienes habitan las favelas? Ese recuerdo me produjo una mezcla de incredulidad y rabia: pocas cosas me parecieron tan tristes como ver a seres humanos tratados como bestias para el entretenimiento ajeno.

La socióloga Carolina Freire, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, lo describe así:
“Se trata de una forma de voyeurismo social: los turistas buscan la adrenalina de la violencia ajena sin cuestionar las desigualdades estructurales que la producen”.
No obstante, frente al “safari humano” han surgido iniciativas de turismo comunitario. Son proyectos impulsados por los propios vecinos que buscan mostrar la verdadera riqueza cultural de las favelas: la música, el arte urbano, la historia y la vida cotidiana desde una mirada digna, no sensacionalista. Ejemplos como Favela Walking Tour o Favela Não É Turismo intentan romper con la narrativa de violencia y construir puentes culturales más justos.
Las favelas son lugares de violencia y narcotráfico, por supuesto, pero también de arte, esperanza y color. Sus habitantes son amables, acogedores y abiertos. Wagner, director de la asociación ACAER, quien fuese mi anfitrión en mi visita, me mostró la realidad, menos morbosa y más alentadora, de las favelas brasileñas. Porque las favelas no necesitan turistas que las miren como zoológicos, sino visitantes que las reconozcan como territorios de cultura, resistencia y vida.